
Para una persona que es culé de corazón, no puede haber un día más feliz en su vida, deportivamente hablando, que hoy. Hoy ganamos... ganamos la Champions League en contra de todas las expectativas, en contra de todas las apuestas y en contra de la arrogancia inglesa. Hoy ganamos la copa que nos hacía falta para completar el maravilloso triplete que desde hace semanas veníamos cantando los blaugranas: "Copa, Lliga i Champions". Ganamos el respeto de todos los clubes de fútbol en el mundo y ganamos la admiración de tantos y tantos seguidores de este deporte. Hoy... ganamos.
Aunque la alineación inicial presentaba una aparente desventaja en la defensa (Márques está lesionado y Dani Álves y Abidal estaban suspendidos - por acumulación de tarjetas amarillas y previa expulsión respectivamente -) y el partido comenzó con varios sustos en portería propia (intentos fallidos de Cristiano Ronaldo), el partido dió un giro de 180 grados cuando Eto'o concretó uno de sus clásicos goles incorporándose por la banda izquierda y driblando a la defensa. El primero había caído a los 10 minutos y la esperanza llenó los corazones de todos los culés.
A partir del gol de Eto'o, el partido fue nuestro. Los blaugranas dominaron el campo y el ritmo de juego. Demostraron que David puede vencer a Goliat con perseverancia, actitud positiva y humilde. Demostraron que con pasión, más que con fuerza, los partidos se ganan y los trofeos se merecen. Que un juego limpio vale más que las patadas que Ronaldo le propinó a Puyol o la cantidad de veces que derribaron a Iniesta y a Messi. Un juego hermoso y preciso, un juego de campeones.
Fueron muchas las ocasiones de gol que tuvo el Barça y que el portero Holandés había atajado una y otra vez. Hubo llegadas de Henry, Messi, Eto'o y hasta Puyol que es infalible en la defensa y, en mi opinión, es el mejor carrilero del mundo (no he visto a ningún defensa incorporarse de esa manera ofensivamente). Hasta un poste salvó al Manchester del segundo gol al inicio de la segunda parte tras un tiro libre de Xavi.
A veinte minutos de terminar el partido, la alegría estaba al máximo y Messi le puso la cereza al pastel. Un centro excepcional de Xavi, que había tenido un partidazo - a la altura del resto del equipo que se había dejado cuerpo y alma en el campo - fue rematado de cabeza por Lionel (que pareció como si alguien lo hubiera levantado del césped) y colocó el balón en la esquina opuesta de la portería sin que Van Der Sar pudiera hacer nada. El partido estaba cerrado. El Barça había logrado lo imposible. Le había ganado al último equipo inglés que quedaba en la contienda. Así, el Barça se proclamaba campeón y el triplete llegaba por primera vez a un equipo español... el Barça había hecho historia.