Después de 16 semanas de entrenamiento, llegó el gran día. El día de convertirme en maratonista, de recorrer los 42.195 kilómetros que para muchos parece imposible y para otros una obsesión, un reto, una causa de felicidad y orgullo.
El día llegó y lo logré, crucé la meta del maratón de Barcelona con lágrimas en los ojos, dolores en las piernas, la espalda, el cuello, los brazos y todos los músculos existentes en el cuerpo, pero sumamente orgullosa.
Atravesé la línea final entre gritos de Oli y mis amigos que me animaron durante toda la ruta y me dieron fuerzas para seguir corriendo, sin parar un solo momento, sin detenerme hasta haber pasado esa línea que marca el triunfo... ¡la victoria!
¡Lo logré!


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